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Las máquinas fotográficas... ¿camino a la extinción o al suicidio?

Opinión 24 de Octubre de 2014

Las máquinas fotográficas... ¿camino a la extinción o al suicidio?

Uso máquinas fotográficas desde muchísimo antes de usar el teclado de una compu. Las máquinas me han acompañado en todos mis viajes, aventuras, paseos. Me emocioné con las fotos que logré sacar con ellas y me entristecí cuando las perdía. Como buen aficionado a la fotografía, tengo dos máquinas. Una, “la buena”, la que en su momento fue la reflex de lentes intercambiables, con gran angular, teleobjetivo, filtros de efectos que se enroscaban delante del objetivo, antes de la era Photoshop-Instagram. Era la máquina para ocasiones importantes o para cuando quería salir con ojo fotográfico.


Hoy la reflex fue reemplazada por una reflex digital que guarda una relación analógica con su predecesora moldeada de acero. Para otras ocasiones, viajes y situaciones ocasionales, uso las cámaras de bolsillo, las denominadas point and shoot. Creo que ya van como diez años que vengo usando este tipo de cámaras. Y durante estos años, fui cambiando de máquinas con una velocidad más que preocupante. Más megapixeles, supuestas nuevas funciones y, en cada adquisición, la sensación de adquirir un aparato cada vez más desechable. La fidelidad a una marca finalmente se terminó convirtiendo en un cementerio desde el cual los cadáveres parecen burlarse de mis decisiones de compra.

Hace unas semanas salí de viaje, y en el torbellino de las preparaciones típicas me tocó organizar el ítem fotografía. Uh, qué desidia ponerme a juntar la camarita, el cargador, su cable, la batería, la batería adicional, la memoria, la memoria suplementaria, el papel tisú para limpiar la lente... en fin, toda esa parafernalia se me convirtió en una carga difícil de sobrellevar. Sopese y jugueteé con la fantasía de sólo usar mi celular como cámara ocasional. Pesaba en mí la idea de que hasta el momento no había percibido grandes diferencias entre la calidad de las fotos del celu y la máquinas de bolsillo de turno que llevaba a las ocasiones informales. Pero así y todo me sobrepuse y preparé todos los enseres necesarios.

La cámara fue intercalando su trabajo con las fotos y videos que tomaba desde el teléfono. Qué difícil resulta argumentar en contra del teléfono móvil cuando se tiene la facilidad de grabar video y sacar una foto, y con un sólo click y la magia del wi-fi, eso aparece inmediatamente en los dispositivos de seres queridos en el lado opuesto del planeta. Pero es esa característica la que debe primar en la evolución de las máquinas de fotos. Y tal vez como una señal, la maquinita decidió dejar de funcionar... un problemita que parecía ser endémico de la marca a la que por mucho tiempo supe ser fiel (a pesar de todas las señales que me dio para que la abandone).

Entonces me di cuenta de que sacar fotos con el celular no es lo mismo que sacar fotos con una camarita, por más sencilla y modesta que fuera. En primer lugar, un teléfono no se puede agarrar con comodidad para sacar una foto. Creo que a más de una persona se le habrá caído el teléfono tratando de direccionar el foco hacia algún lado. La siguiente diferencia -y creo que tal vez la más importante- es que en las pantallas digitales (teléfonos, cámaras, tablets, etc.) no se ve nada cuando estamos a pleno sol. Es una verdad tan evidente como la del rey desnudo. Pero la humanidad sigue haciendo silencio al respecto. Sí. Digámoslo de una vez. A plena luz del sol los celulares y pantallas de las cámaras de fotos no sirven para nada. Sólo muestran un negro denso donde es imposible discernir si le estamos cortando la cabeza al sujeto de la foto.

Y es exactamente en ese punto donde las camaritas tienen la carta ganadora: el visor óptico, ese pequeño agujerito a través del cual, con un ojo abierto y un ojo semicerrado, mirábamos, apuntábamos y encuadrábamos una foto. Ese visor óptico funciona cuando hay mucha luz o cuando hay poca luz. Y además, es a prueba de la presbicia de los +40. Siempre podemos mirar y apuntar. El visor óptico tenía una ventaja adicional: nos permitía mantener la cámara prendida pero con la pantalla apagada, y lograr así extender la duración de la batería y no sufrir desde la mitad del día, cuando el ícono rojo de “batería agotada” empezaba a parpadear y a taladrarnos la cabeza.

Pero el visor óptico fue sacrificado por los fabricantes de cámara con argumentaciones distractivas a mi entender: diciendo que ahora ponían una pantalla más grande o que ahora sí podrías ver en verdad lo que sacabas, porque la pantalla mostraba lo que quedaría impreso en la imagen. Pero la verdadera razón era de costos, y la intención era abaratar y abaratar... Pero claro, esta decisión entonces privaba a las máquinas de esta diferencia fotográfica sustancial que tenían frente a sus competidores celulares.

Teniendo que reemplazar de emergencia la cámara difunta fuimos a una tienda de electrónica para ver lo que nos encontrábamos. Y el panorama era sencillo. Tres o cuatro marcas y cada marca ofreciendo algo así como tres gamas. La económica, la media y la alta. Las prestaciones y precios de la gama que nos interesaba (la económica) eran medianamente similares. Tuve que resignarme a no tener un visor óptico. Al menos, puedo estar orgulloso que hasta casi finales de 2014 logré usar máquinas con visor. Pero debo darme por vencido...

Mis ambiciones entonces se volvieron modestas. Quiero una cámara chiquita, que me permita sacar fotos en modo automático o que me permita tener control sobre la exposición para sacar fotos nocturnas. Quiero tener la opción de controlar el flash y decidir si se dispara o no. Quiero poder hacer videos y considero absurdo que salgan a la venta cámaras que no graben a 1080 mpx. Quiero una lente que sea más gran angular que teleobjetivo. Si además graba video en cámara lenta, bienvenido. Quiero además que en el momento que aprieto el botón se saque la foto. He usado cámaras que desde el momento en que uno pulsa el botón hasta que se produce el disparo pasan infinitos segundos, como si la máquina estuviese resolviendo complejos teoremas matemáticos. Y por último, pero para nada menor, que la calidad de la imagen sea buena. Yo no te pido nada más que lo que ya hace mi telefonito celular. Entiendo que son ambiciones modestas. No quiero una lente para sacar los cráteres de la Luna, ni una cámara para sumergirme en el mar. No quiero que la cámara tenga gps, ni face detection, ni smile detection, ni wi-fi. Quiero al final del día tener una linda colección de fotos.

Y pese a lo modesto de mis deseos, en mi compra tuve que sacrificar casi todos. Fue entonces que empecé a reflexionar cómo los fabricantes de máquinas no están realizando ningún esfuerzo por exaltar lo fotográfico de las máquinas de fotos para competir contra el lugar que van ocupando los teléfonos celulares. La hermana mayor de todas las compañías fotográficas, Kodak, ya mordió el polvo y pidió la quiebra hace un par de años, y parece ser que el resto de las marcas asociadas a la fotografía no está haciendo nada para evitar el mismo destino. ¿Por qué mi teléfono celular, que no es de altísima gama puede grabar videos en full HD y esta máquina sencilla no? Por qué mi teléfono celular que no es de altísima gama puede grabar videos a 90fps (es decir, en cámara muy lenta) y esta maquinita no?
Estarán conscientes los ejecutivos, responsables de marketing de las compañías productoras de máquinas de fotos que con estas políticas están camino a la extinción de estos aparatos, si no logran ofrecer algo que exalte lo fotográfico y el valor específico que puede ofrecer una máquina de fotos pensada para sacar fotos y videos a diferencia de un multiuso celular? Ya habrán renunciado a dar batalla? ¿Será la máquina de fotos otro concepto a ser explicado a nuestros nietos?
Acompañan en el cuerpo de esta nota las tres últimas fotos del último carrete de Fabio Tarasow.


La ilustración de la portada de la nota es La máquina del tiempo, de Hersson Piratoba.

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